«Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.» (Lucas 11:9-10)
Después de que Jesús les ensenó la forma de como debían de orar sus discípulos, les dio también algunas recomendaciones, para que su oración sea escuchada por Dios.
La oración tiene que ser constante, persistente y hasta cierto punto inoportuno: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; y aquel, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos? Os digo, que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite.» (Lucas 11:6-8)
La oración tiene que ser mucho más que lanzar deseos al cielo. Tiene que tener sus raíces en la voluntad y las promesas de Dios, tiene que estar de acuerdo con su palabra. El cristiano tiene que preguntarse antes de elevar una oración a Dios, si su petición está de acuerdo a su palabra.
Las oraciones que han sido escuchadas en la biblia son siempre oraciones que comprenden la voluntad de Dios, él se deleita cuando oramos de acuerdo a su palabra y su voluntad, eso demuestra nuestra dependencia de Él y que tomamos su Palabra en serio.
Cuando nos acercamos a Dios y somo egoístas, estamos poniendo una traba en nuestra petición. La oración no fue diseñada para trabajar así. Nuestra voluntad debe ser rendida primeramente a la voluntad de Dios, no para lograr mi voluntad, sino la de Dios, es entonces cuando puedo pedir cualquier cosa y tener la seguridad de que Dios me escucha y que tendré mi petición.
Nuestra meta debe ser el conocer la voluntad de Dios, y someternos a ella, confiando en que Dios es bueno e infinitamente más sabio que yo, por lo que su voluntad, será mucho mejor que la mía.