«Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia» (Jeremías 31: 3).
Dios es el principio y el final de todo, en él está sujeto todo el universo, él nunca tuvo un comienzo y tampoco tendrá un final. Él está por encima y más allá de las limitaciones del tiempo.
Él existió siempre y desde el principio, tuvo el deseo de la creación del universo y del hombre, y también él tuvo un plan de salvación para nosotros. Dios nos ama, más allá de lo imaginable, de lo que podamos entender. A pesar de que el hombre le dio la espalda, él olvidó nuestra desobediencia y nos redimió a través de su hijo Jesucristo. Pero este amor no es reciente, no es un amor improvisado o caprichoso, de Dios sobre su creación, no, Dios nos amó desde antes de la creación del universo y su amor no perece, no cambia, ni se acaba.
Él nos amó a ti y a mí, y nos conoce mejor que lo que nos conocemos nosotros mismos.
Dios no amó siempre, con ese amor que no tiene principio, ni tendrá final, él nos dice te amo. Con amor eterno te he amado, por lo tanto, derramaré sobre ti, mi misericordia por siempre: «Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia» (Jeremías 31: 3).
Nunca ha habido un tiempo, ni siquiera un momento, en el que Él nos haya dejado de amar. Lo hace siempre. Su amor no cambia, no disminuye, no es condicionado. No, nos amó porque lo amamos, amamos a Dios porque el nos amó primero: «Nosotros amamos a Dios, porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19)