«Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 5:20)
El hombre fue justificado por Dios, esto quiere decir, que esa justificación no la alcanzó por medio de sus obras, sino por la gracia de Dios, por la fe en Jesucristo. La Biblia nos dice que por las obras de la ley nadie será justificado. «sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado» (Gálatas 5:16).
Después de la justificación, vino la vida, ahora estamos junto a Dios, estamos llamados a andar en él y como él, en santidad, glorificados para Dios, guardando su palabra y alejados del pecado. Al llegar a Cristo, nuestra vida cambió, dejamos atrás nuestra vieja vestidura, para ponernos las vestiduras de la fe, el pecado en el que estábamos esclavizados, quedo atrás y ya no, nos atormenta más. La biblia dice que somos nuevas criaturas, las cosas viejas pasaron, todas son hechas nuevas «De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17).
Al entregar nuestra vida a Cristo, hicimos un pacto con él, aceptando la responsabilidad de nuestra nueva vida. Dios nos llama a caminar como lo hizo su hijo Jesús, en las directrices y principios de la vida cristiana, renunciando al pecado y a nuestra vieja manera de vivir. Pablo nos dice que si, estamos en Cristo y volvemos hacer las cosas pasadas, nos convertimos en transgresores: «Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago. Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios» (Gálatas 2:18-19)
El cristiano no sólo debe renunciar a las cosas pasados, también tiene que vivir en santidad, fuimos crucificados juntamente con Cristo, muertos al pecado, y renacidos a la vida, para dar gloria a Dios. Al aceptar a Cristo como nuestro salvador, él viene a morar en nosotros, nos convertimos en la morada del Espíritu Santo. “Ya no vivo yo, ahora Cristo vive en mi”: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 5:20)