«En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.» (1 Juan 4:10)
La biblia nos dice que no podemos amar a Dios, sin antes haber recibido a su hijo Jesucristo en nuestro corazón, por consiguiente, serían vanos nuestros intentos de amar a Dios. Nacemos con egoísmo, estamos perdidos y muertos espiritualmente, sin embargo, Juan nos dice que podemos «amar a Dios porque él nos amó primero.»
Debido a que todo el amor emana de Dios, nacemos con la capacidad y el deseo de amar y ser amados, pero nuestro ser esta muerto en pecado y esa capacidad de amar también, entonces es necesario que Dios active el deseo de amar. No podemos amar a Dios si él no esta dentro de nuestro corazón.
El responder al amor de Dios es parte de nuestro ser verdadero; llevamos en nuestro interior el deseo de experimentar aquí en la tierra el amor que sentimos allá. Únicamente si sentimos el amor de Dios y llenamos nuestros corazones de su amor podemos amarlo y ser realmente felices.
El amor de Dios llena la inmensidad del espacio; por lo tanto, no hay escasez de amor en el universo, sólo en nuestra disposición para hacer lo que sea necesario para sentirlo. Para lograrlo, Jesús explicó que debemos: «amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» (Lucas 10:27).
Cuanto más obedezcamos a Dios, tanto mayor será nuestro deseo de ayudar a los demás; cuanto más ayudemos a los demás, tanto más amaremos a Dios y así sucesivamente. Y a la inversa, cuanto más desobedezcamos a Dios y cuanto más egoístas seamos, tanto menor será el amor que sintamos.
El tratar de encontrar el amor perdurable sin obedecer a Dios es como tratar de saciar la sed al beber de una taza vacía; se cumple con las formalidades, pero la sed no se quita. No podemos fingir el amor; éste debe formar parte de nosotros.
Si tenemos el amor de Dios, podemos hacer, ver y comprender cosas que de otro modo no podríamos ver ni comprender.
Llenos de Su amor podemos sobrellevar bien el dolor, disipar el temor, perdonar libremente, evitar la contención, renovar la fortaleza y bendecir y ayudar a los demás de maneras que aun a nosotros nos sorprenderían.