«Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión» (Hebreos 2:17)
Jesucristo fue semejante en todo a nosotros, padeció las mismas angustias y problemas, participó de carne y sangre y a través de su sacrificio destruyó al impero de la muerte, y nos trajo la libertad de nuestra condición de esclavos.
Jesús es nuestro sumo sacerdote, intercedió delante del Padre por nosotros para que seamos dignos de su presencia, él nos escogió y socorrió antes que a los ángeles: «Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham.» (Hebreos 2:16).
Es un honor que el hijo de Dios sea nuestro Gran Sumo Sacerdote. La Biblia nos dice que Jesús, se sacrificó, muriendo en la cruz por nuestros pecados, él, un ser sin mancha, se hizo pecado para pagar nuestra deuda, con su muerte nos Justificó y con su resurrección nos redimió, traspasó los cielos y se sentó en el trono de Dios.
Jesús es Dios y hombre a la vez, él, es Hijo de Dios, él es el Salvador que se hizo carne, vivió entre nosotros, fue en todo semejante a nosotros de esa manera afirmó su humanidad y afirmó su deidad como gran Sumo Sacerdote: «Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo» (Hebreos 2:17).
Como podemos ver en el Antiguo Testamento, en el día de la expiación, el sumo sacerdote de Israel tenía que estar detrás del velo, delante del propiciatorio, para que no muera: «Y Jehová dijo a Moisés: Di a Aarón tu hermano, que no en todo tiempo entre en el santuario detrás del velo, delante del propiciatorio que está sobre el arca, para que no muera; porque yo apareceré en la nube sobre el propiciatorio» (Levítico 16:2).
Sin embargo, hoy en día, nosotros los cristianos, podemos acercarnos confiadamente al trono de Dios, donde ministra la gracia y la misericordia sin temor alguno. Podemos hacerlo en cualquier momento, en cualquier circunstancia, de hecho, todos los días. Acerquémonos a nuestro gran sumo Sacerdote. Él nos invita con los brazos abiertos, para que recibamos misericordia. Él nos perdona, ahora nos ama y nos acepta en su gracia.