«Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.» (Juan 8:12)
La desobediencia del hombre a Dios, tuvo consecuencias muy grandes para él y también para la tierra, el hombre después de pecar, rompió la hermosa relación que tenía con Dios y se sumió en la oscuridad, en las tinieblas.
Está relación fue rota por culpa del pecado.
La biblia nos dice que el pecado entró por un solo hombre y que el pecado trajo consigo la muerte: «por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12-13).
También nos dice que la salvación, la vida y la justicia vinieron por un solo hombre, llamado Jesucristo: «Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque, así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.» (Romanos 5:12-13),
En una oportunidad Jesús volvió al templo para enseñarles, y todo el pueblo vino a él; y comenzó a hablar; «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12). Jesús fue claro y directo, manifestó que “Él era la luz de mundo”, una afirmación muy prepotente a los ojos de los fariseos, que llenos de odio empezaron a cuestionarlo. Tu como puedes afirmar de ti mismo tales palabras, tu testimonio no sirve: «Entonces los fariseos le dijeron: Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es verdadero» (Juan 8:13).
Jesús conocía las intenciones de sus corazones, él sabía que los fariseos estaban en una decadencia espiritual, sus corazones estaban muertos como sepulcros, que por fuera son hermosos, más por dentro hay muerte. El celo de los Fariseos, cegó su entendimiento, no veían más allá de sus ojos, estaban tan cegados, que no reconocieron al Mesías, al hijo de Dios. Estaban más preocupados en las formas y en los rituales, que olvidaron el amor, el perdón, la empatía entre las personas.
Jesús vino a liberarnos de la esclavitud del pecado, el trajo la luz a nuestras vidas, sin él estaríamos muertos en el pecado y abandonados en la oscuridad. Él nos dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12).
Sólo en Dios podemos encontrar la razón de nuestras vidas, sólo en él podemos encontrar todas nuestras razones.