«Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré» (Juan 20:15)
María Magdalena se convirtió es una ferviente seguidora de Jesús, desde el momento en el que él la curó: «Aconteció poco después, que él comenzó a recorrer una por una las ciudades y las aldeas, proclamando y predicando el reino de Dios; le acompañaban los doce, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades; María la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios» (Lucas 8:1-2)
Las escrituras nos dicen que María Magdalena, fue en la mañana a ver el sepulcro de Jesús, cuando todavía estaba oscuro, al parecer era todavía de madrugada. Grande fue su sorpresa al encontrar la piedra que cubría la puerta del sepulcro, removida: «El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro» (Juan 20:1)
Ella quería pensar en una explicación muy racional de lo ocurrido, al ver que la piedra había sido removida, pero fue mayor su miedo al percatarse de que el cuerpo de su maestro no estaba. Para ella, la cruda realidad era que, habían robado el cuerpo de Jesús, y no sabía quién, ni dónde lo habían puesto «Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto» (Juan 20:2).
Y aconteció que después de comentar lo sucedido a los demás discípulos, ella no pudo aguantar más la pena y el coraje de ver la tumba vacía, pensando que el cuerpo de su maestro había sido robado”, ella se echó a llorar junto al sepulcro: «Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro.» (Juan 20:11).
María lloraba desconsolada, en su mente, sólo estaba la idea de que habían robado el cuerpo de Jesús, había olvidado las palabras del Maestro, quien dijo que: «era necesario que él muera para cumplir el propósito de Dios, pero que al tercer día resucitaría».
En ese momento Jesús le preguntó ¿Por qué lloras? Y ella vio que era Jesús, más no lo reconoció: «Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: !!María! Volviéndose ella, le dijo: !!Raboni! (que quiere decir, Maestro)» (Juan 20:15-16).
Jesús nos pregunta hoy en día de la misma manera que le preguntó a María, ¿Porque lloras?, ¿Porque sufres?, ¿Por qué te desesperas?. Él nos dice, no lo hagas más, ¡no llores! ¡yo estoy aquí!, estoy aquí contigo y no te dejaré sólo.
Dios nunca nos abandonará, a pesar de que podamos estar en tribulaciones él está ahí, no se ha ido y nunca se apartará de nosotros.