«Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo» (Gálatas 4:7)
El apóstol Pablo en su carta a los hermanos de la provincia romana de Galacia, les escribe muy preocupado porque la iglesia había permitido la influencia judaizante, los gálatas comenzaron a ir para atrás, y volvían a la Ley mosaica, creyendo así afirmar su salvación.
La epístola revaloriza y asienta orientación y rumbo, es una carta con una clara enseñanza contra los judaizantes. En el capítulo 4 Pablo les exhorta a no volver a la esclavitud de la ley, sobre todo ahora que ya están libres.
Éramos esclavos, pero fuimos liberados por Dios a través de su hijo Jesús. Él pagó el alto precio por nuestros pecados, se hizo pecador aun siendo un cordero sin mancha. Jesús entregó su vida para pagar nuestras transgresiones y así presentarnos ante el Padre sin mancha y sin condenación.
la Biblia nos dice que no sólo fuimos perdonados y liberados, también fuimos hechos hijos de Dios. Desde que recibimos a Cristo en nuestro corazón, nos convertimos en hijos de Dios, no de carne, ni sangre, sino que fuimos engendrado por Dios: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Juan 1: 12–13)
Separados por Dios desde el inicio de los tiempos para convertirnos en sus hijos. Fuimos adoptados. Por la gracia del Espíritu Santo nos convertimos en miembros de la familia de Dios, con todos los privilegios y obligaciones. “La adopción se entiende como el acto de acoger a un hijo que no es tuyo, en tu familia, con el propósito de tratarlo como a tu propio hijo y darle todos los privilegios de tus hijos”. De esa manera podemos entender que Dios nos acogió como a sus propios hijos dándonos todos los privilegios de su hijo Jesús: «Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados» (Romanos 8:17).
Como hijos de Dios no podemos perder la adopción. En ningún momento podemos dejar de ser hijos de Dios. El precio ya está pagado. Jesucristo pagó la pena de nuestra deuda por el pecado en su totalidad. El Espíritu de adopción, nos colocó en la familia de Dios, y él nos aceptó como sus propios hijos: «Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: !!Abba, Padre!» (Romanos 8:15).